Las historias y los cuentos suelen empezar con “érase una vez…“; pues bien, “érase una vez una niña que no se quería nada a sí misma…“. Con esa frase se podría reducir la historia de mi vida, pero detrás de esa simple afirmación hay muchísimo que contar.
Desde siempre he tenido la sensación de ser menos que los demás, de ser juzgada con más dureza, de ser “distinta-para-mal”, como solía decir. En el colegio me sentía algo aislada, una especie de bicho raro para los demás, no ha sido hasta después de muchas terapias sobre mi infancia que he podido recordar que también hubo momentos felices, pero antes de trabajar estos temas yo sólo recordaba insultos, palizas y rechazo por parte de mis compañeros.
Desde siempre he tenido la sensación de ser menos que los demás, de ser juzgada con más dureza, de ser “distinta-para-mal”, como solía decir. En el colegio me sentía algo aislada, una especie de bicho raro para los demás, no ha sido hasta después de muchas terapias sobre mi infancia que he podido recordar que también hubo momentos felices, pero antes de trabajar estos temas yo sólo recordaba insultos, palizas y rechazo por parte de mis compañeros.
Siempre he tenido la sensación de estar comprando la amistad de la
gente, tenía que ser perfecta para que el resto del mundo me quisiera:
muy educada, dispuesta a todo… Esa era mi carta de presentación. Me
esforzaba por destacar en algo constantemente, al principio fue en los
estudios, luego, a los 14-15 años, llegó el cuerpo. Ahí empezó un largo y
tortuoso camino hacia la frustración. Siempre he tenido algo de
sobrepeso y por aquel entonces sentía que era lo único que se interponía
entre el éxito, la popularidad, la felicidad y yo. Así que un verano me
inventé mi propia dieta y perdí bastantes kilos; llegó septiembre y que
mis compañeros no me reconocieran me hizo la persona más feliz del
mundo… durante breves momentos. ¿Cómo iba a mantener ese cuerpo? Me
seguía sintiendo mal conmigo misma, no era ni lo suficientemente
delgada, ni lo suficientemente lista, así que huí, como tantas otras
veces.
No era consciente de ello pero utilizaba muchísimo mi asma para
escapar de todo. Cada vez que tenía una crisis grave acababa ingresada
en el hospital, así que esas cuatro paredes se convertían en mi burbuja,
una burbuja controlada donde me sentía protegida de esa competitividad
tan horrible que me estaba matando por dentro. Cuando volvía a clase
después de un par de meses aislada intentaba volver a luchar por ser la
mejor, por llamar la atención… Mi vida era un cúmulo de mentiras, cuando
conocía a alguien me inventaba y exageraba partes de mi vida para que
me viera interesante (¿quién iba a fijarse en esa chica fea y
aburrida?). La vida era un Infierno, la gente eran demonios que juzgaban
todos mis movimientos, yo lo sentía así.
Ir por la calle era un suplicio, sentía todos los ojos puestos en mí,
necesitaba mirarme en todos y cada uno de los espejos y cristales, la
obsesión empezó a crecer y crecer y estalló a los 18 años, cuando me
independicé. Continué el bachillerato a distancia y me puse a trabajar,
mis padres llevaban separados unos tres años y mi relación con mi madre
nunca había sido buena, así que creí que marcharme era lo mejor que
podía hacer. Al vivir sola sentía que un nuevo mundo se abría ante mí,
un mundo de descontrol donde podía hacer lo que quisiera sin que nadie
se diera cuenta. Me encantaba que la gente dijera que era madura, precoz
e inteligente por poder llevar una vida así con esa edad.
Por aquel entonces conocí a Álex, mi actual pareja, lo conocí por
Internet mientras buscaba ayuda para hacer un trabajo del instituto y
tras muchos meses de charlas interminables acabé por ir a conocerle en
persona. El síntoma se disparó de nuevo, me encargué de que antes de
visitarle mi cuerpo estuviera perfecto, así que cuando llegué a Sevilla
lo hice con una falsa seguridad arrolladora. Su forma de tratarme hizo
que me olvidara del cuerpo y de cualquier obsesión, al menos durante
unos meses, me sentía protegida. Nunca imaginé que acabaría viviendo con
él, pero así fue, me marché de Barcelona un año más tarde, lo dejé
todo.
Mi primer año en Sevilla fue horrible, trabajaba muchísimo y mi
ansiedad estaba descontrolada, los atracones eran casi diarios. En
diciembre me empecé a pesar de nuevo y después de llorar durante varios
días me dije a mí misma que ya estaba harta, que por fin -por enésima
vez- iba a conseguir estar delgada. Creo que fueron los cinco peores
meses de síntoma, perdí tanto peso que no podía levantarme, me mareaba,
no podía concentrarme… Seguía sin estar delgada, seguía pareciendo una
chica normalita, y eso para mí era lo peor; quería ser como esas chicas
de Internet que colgaban fotos en páginas pro-ana, quería sentime
ligera, quería ser especial. Quería tantas cosas… pero en realidad lo
único que quería era desaparecer.
Empecé la universidad y aquello fue cuesta abajo, salir a la calle
significaba llorar, hacer un examen significaba atracones, hablar con
alguien significaba mentir… Mi cabeza era un hervidero, mi objetivo
único en la vida era seguir adelgazando, pero ¿sabéis qué? ¡Yo no estaba
enferma! ¿Yo tener un TCA? Imposible. Una noche desperté a Álex
llorando, llevábamos una semana hablando de que algo en mí no iba bien.
Él se dio cuenta de que tomaba pastillas cada dos por tres, de que me
iba corriendo al baño después de las comidas y de tantas otras cosas que
no cuadraban en una vida sana. Esa noche le dije que necesitaba ayuda.
Quizá fue un momento de lucidez, el caso es que fui yo la que busqué el
Centro ABB, en mi mente lo único que resonaba era que era una mentirosa,
que yo no estaba enferma y lo único que quería era llamar la atención
una vez más. Pero claro, nadie me había dicho que ese era el punto clave
de mi enfermedad, que esa era mi enfermedad.
Cuando entré en ABB me agarré a las pautas como un síntoma más,
quería seguir siendo perfecta costara lo que costara, la “paciente
perfecta”. Pero ahí estaba mi grupo, ahí estaban mis terapeutas, y me
abrieron los ojos y todo empezó a cambiar. Por otra parte tenía a mi
pareja, a mi familia, a mis amigos, que me ayudaron en todo momento.
Desde entonces he luchado día a día por conocerme mejor, por superar
muchísimos miedos, por romper los pilares en los que creía que se basaba
mi vida. Y qué os puedo decir, ahora soy feliz, con mis problemas, con
mis agobios, con todo lo que conforma mi vida.
Soy feliz y me quiero, y no creo que la vida sea nada más que disfrutar de ambas cosas.
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http://www.1espejo1000ventanas.com/
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